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Judas, Caifás, Antipas y Pilato: los “villanos” de la Semana Santa

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La Romana.- El drama de la Pasión de Cristo, recordado cada Semana Santa, tuvo lugar en el contexto del Israel del siglo I de nuestra era, una sociedad profundamente judía pero bajo el control del imperio romano en calidad de provincia o reino vasallo.

La muerte de Jesús involucró a los principales actores políticos y religiosos de entonces, así como a uno de sus seguidores más íntimos, sobre quien históricamente han caído todas las acusaciones posibles, aunque esta postura se ha venido revisando en el último siglo. En las líneas siguientes conoceremos a estos “villanos” más allá de las páginas de la Biblia.

Judas Iscariote

En su “Divina Comedia”, Dante Alighieri destina el rincón más profundo del infierno a los traidores. Allí, un monstruoso Lucifer devora a los mayores felones de la historia en cada uno de sus tres rostros. En los dos laterales purgan pena eterna Bruto y Casio, los asesinos de Julio César. Y en la cara del centro, el príncipe de los demonios mastica sin descanso a Judas Iscariote.

Durante siglos, el último de los doce apóstoles ha llevado el triste honor de ser el traidor por excelencia. Expresiones como “ser un Judas” o “el beso de Judas” son hasta hoy parte del lenguaje cotidiano. No es para menos, pues en los evangelios se lo menciona una veintena de veces y no precisamente en términos elogiosos. En el mejor de los casos se le califica de “ladrón” y en el peor como la encarnación del mismísimo Satanás.

Además, el nombre “Judas” remite a “judío”, por lo que su figura ha sido utilizada hasta la saciedad durante dos mil años para simbolizar a los judíos como asesinos de Cristo, una excusa perfecta para el antisemitismo.

Pero últimamente esta imagen tan negativa se ha venido revisando. Tanto desde la literatura como desde el ensayo y la historia, autores de la talla de Jorge Luis Borges, Juan Bosch, Nikos Kazantzakis y Amos Oz, entre otros, ha revalorizado la figura de Judas y enfatizado su rol indispensable en la labor redentora de Jesús: sin su “traición” (deseada o incluso planificada por el propio Cristo), no hubiera habido crucifixión y por ende tampoco resurrección ni salvación para el género humano.

Este punto de vista se vio reforzado en 2006, cuando la National Geographic hizo público el “evangelio de Judas” un texto apócrifo del siglo II redactado por los gnósticos, una antigua secta enfrentada al cristianismo oficial y que predicaba la superioridad absoluta del espíritu sobre la materia. En este escrito, la traición de Judas es indispensable para que Jesús se libere de su cobertura material, como proclama su pasaje más conocido, en el que Cristo le dice al Iscariote: “Tú los superarás a todos ellos (los demás apóstoles), pues tú sacrificarás el cuerpo en el que vivo”.

Caifás

En tiempos de Jesús, la más alta autoridad judía era el Sumo Sacerdote, quien tenía a su cargo el Templo de Jerusalén, el santuario más importante del judaísmo, y presidía el Gran Sanedrín, compuesto por setenta y un miembros y máxima asamblea político-administrativa de Israel, con amplia autonomía en asuntos internos, aunque incapaz de aplicar la pena de muerte sin la autorización del gobernador romano Poncio Pilato.

José Caifás (su primer nombre no se menciona en la Biblia) llegó al Sumo Sacerdocio en el año 18 después de Cristo gracias a la influencia de su suegro Anás, quien a su vez había ocupado esa distinción años antes. En esa época el cargo estaba muy desprestigiado, pues era retirado y asignado arbitrariamente por las autoridades romanas entre las cuatro familias más adineradas de Jerusalén.

Caifás se entendía muy bien con los gobernantes romanos, lo que le garantizó unos largos dieciocho años como máxima autoridad sacerdotal de los judíos. Fue depuesto en el año 36 después de Cristo y se ignoran la fecha o circunstancias de su muerte.

Caifás aparece en la “Divina Comedia” de Dante. Por su rol decisivo en la muerte de Cristo, el poeta italiano condenó al Sumo Sacerdote a permanecer crucificado en el suelo por toda la eternidad en la fosa infernal destinadq a los hipócritas.

En 1990, los arqueólogos descubrieron una antigua cueva funeraria judía cerca de Jerusalén. En uno de los osarios ricamente decorados hallados en su interior, se encontraron los restos de seis individuos, entre ellos los de un hombre de casi sesenta años. En el osario estaba escrito en letras toscas el nombre: “José Ben Caifás”, por lo que las osamentas de dicho sexagenario quizás sean las de nuestro personaje.

Herodes Antipas

La totalidad de la vida de Jesús transcurrió bajo la dinastía herodiana. Astutos gobernantes, grandes administradores y aliados incondicionales del poder romano, sus miembros desempeñaron diversos cargos de alto rango en Israel durante más de un siglo.

El más importante de ellos fue el rey Herodes el Grande, quien murió poco después del nacimiento de Jesús. El emperador romano decidió dividir su reino entre tres de los hijos del monarca, ninguno con el estatus de rey sino como etnarcas o tetrarcas (es decir, gobernadores de la cuarta parte de un reino): A uno de ellos, Herodes Antipas, se le otorgó la tetrarquía de Galilea, el territorio donde Jesús realizó la mayoría de su prédica y milagros.

Antipas gobernó su territorio durante más de cuarenta años, lo que da cuenta de su buena relación con Roma. Al igual que su famoso padre, fue un gran constructor. Entre sus obras destaca la fundación de la ciudad de Tiberíades (llamada así en honor al emperador Tiberio) junto al Mar de Galilea, hoy un importante centro veraniego del actual Israel.

Su vida sentimental le trajo muchos problemas. Estando casado con la hija del rey árabe Aretas IV, decidió dejar a su esposa para contraer matrimonio con su sobrina Herodías, quien a su vez también estaba casada con otro tío suyo. El antiguo suegro, enfurecido, le declaró la guerra a su ex yerno y lo derrotó en el campo de la batalla. Solo la intervención de Roma evitó que aquello derivara en una auténtica catástrofe.

Antipas es el Herodes más mencionado en los evangelios, pues fue el responsable de la muerte de Juan el Bautista, primo y precursor de Cristo, quien denunciaba a Herodes por el carácter ilegal de su matrimonio con Herodías. Asimismo, según el evangelista Lucas, Poncio Pilato le envió a Jesús el Viernes Santo para que lo juzgara. Antipas interrogó al nazareno, pero ante la negativa de éste a contestarle, el tetrarca se limitó a burlarse de él y devolvérselo a Pilato. Lucas afirma que este incidente fue el inicio de una buena amistad entre ambos gobernantes.

En el año 39 después de Cristo Antipas, quien nunca se resignó a ser un simple tetrarca, partió a Roma a solicitarle el título de rey al entonces emperador, Calígula. Éste último, haciéndose eco de ciertas acusaciones tendenciosas contra Antipas, no solo le negó su solicitud, sino que le quitó su tetrarquía y lo desterró a un lugar de los Pirineos franceses, donde se cree que murió poco después. Su esposa Herodías lo acompañó voluntariamente en su destierro.

Poncio Pilato

Cuando tuvo lugar la repartición del reino del fallecido rey Herodes el Grande mencionada más arriba, el emperador romano asignó la región de Judea y Samaria (con capital en Jerusalén) a uno de los hijos del monarca, llamado Arquelao, con el cargo de etnarca. Pero el comportamiento arbitrario de éste llevó a los romanos a destituirlo años más tarde y a convertir su territorio en una provincia romana regida por gobernadores directamente asignados por Roma y conocidos primero como prefectos y más tarde como procuradores.

Poncio Pilato fue el quinto de estos funcionarios y de lejos el más conocido. Obtuvo el cargo hacia el año 26 después de Cristo y se mantuvo en él durante los siguientes diez años. Entre sus principales responsabilidades al frente de la provincia destacaban el mantenimiento de la paz, la aplicación de la justicia y la pena de muerte y la recaudación de impuestos.

La imagen que dan los evangelios de Pilato es la de un gobernante justo y sensible, que intenta sin éxito salvar a Jesús de la ira del Sanedrín y del pueblo de Jerusalén que pide su muerte. Pero este retrato benévolo contrasta con el testimonio de autores contemporáneos como Filón de Alejandría y Flavio Josefo, quienes hablan de su despotismo, crueldad, ferocidad y tendencia a ordenar ejecuciones sin juicio ni condena previa.

Durante su gobierno, Pilato protagonizó diversos incidentes que ofendieron a sus súbditos judíos. En una ocasión entró en Jerusalén portando estandartes con la efigie del emperador, violando la prohibición judía de usar imágenes en la Ciudad Santa. Solo la firme voluntad de los judíos de dejarse matar por sus principios obligó a Pilato a revertir la decisión. Tiempo después, el gobernador se apoderó de una parte del tesoro del Templo para construir un acueducto. En esta ocasión, Pilato infiltró soldados disfrazados entre la gente que protestaba por la medida y ordenó una violenta represión.

La gota que derramó el vaso ocurrió cuando Pilato hizo que sus tropas masacraran a una muchedumbre que seguía a un seudoprofeta samaritano. Como consecuencia, el gobernador fue llamado a Roma para que respondiera por su acción.

El destino final de Poncio Pilato se desconoce, aunque ciertas leyendas aseguran que se suicidó o que incluso terminó sus días convertido al cristianismo.

Esto último, sumado a su actitud indulgente hacia Jesús el Viernes Santo, hizo que la iglesia etíope tomara la extravagante decisión de declararlo santo.

Por Michael Nissnick / Imagen portada: Shutterstock