La Romana, R.D.- La pandemia poco a poco va pasando y el diario vivir lentamente vuelve a la rutina. Parte de esa rutina que estamos recuperando son nuestras visitas a la “peña” de Felín Rodriguez en su pequeño negocio en la calle Luperon.
Ayer fuimos a donde Felín y allí nos encontramos con el profesor Juan Mendoza, un viejo amigo asiduo visitante de la peña. Entramos en conversación y surgió el tema de los zapateros que comentábamos ayer. Felín nos reclamo que nos habíamos olvidado de don Pantaleón Frias, quien además de zapatero fue una miembro muy activo de la logia Amor y Trabajo. Muy válido el reclamo de nuestro amigo.
De la nada nos dice el profesor Mendoza: ¿Y qué hay de los choferes de los carros públicos que viajaban a la capital?
Felín de inmediato mencionó a don Abraham Constanzo, su vecino, que fue de los primeros en hacer el trayecto La Romana-Ciudad Trujillo y viceversa, en una guagua de las de antes, de las llamadas “cheítas”. Nos recordó que en un principio para ir a la capital había que irse por El Seibo.
Esa ruta de mas de tres horas luego se acortó al desviarse por el cruce de Guerrero pasando por Ramón Santana, hasta que en el año 1960 se abrió el puente de Cumayasa que redujo el tiempo del trayecto de casi tres horas a la mitad. Ahora la ruta pasaba por San Pedro de Macorís.
De los choferes que viajaban a la capital recordamos a Coco, Medina, Atil, La Flecha, etc.
El sistema funcionaba de la siguiente manera: Cada chofer tenía su “buscón” que era la persona encargada de buscarle los pasajeros. Se podía viajar en la mañana o en la tarde hacia y desde la capital.
Los carros generalmente se parqueaban cerca del mercado público en la calle Fray Juan de Utrera entre la doctor Ferry y la Santa Rosa, por los frentes de la desaparecida Barra Mañón.
Uno iba al mercado buscaba al “buscón” (valga la redundancia) del chofer con el que quería viajar y él le tomaba su nombre y dirección.
Si su viaje era en la madrugada para llegar a la capital a primera hora de la mañana, media hora antes el chofer pasaba por su casa y le tocaba la bocina para que estuviera listo cuando lo fuera a buscar.
Viajar en aquellos años a la capital era todo un acontecimiento, tema de conversación entre familiares, vecinos y amigos. A finales de los años 60s llegaron los autobuses que poco a poco se fueron apoderando de las rutas para finalmente sacar del negocio a nuestros queridos choferes.
Viajar a la capital en carro público, otra costumbre de nuestro pueblo que desapareció con el progreso.
Fuente: La Romana Calle Arriba Calle Abajo